Si hubiera una razón que pudiera explicar el por qué de la «salvación» de Sixto, ésta habría que buscarla en el aura que envolvió la creación del «Grup d'Elx». Ya hemos hecho hincapié en la conexión que -en la serie de la primera etapa de «L'home»-. se había establecido entre lo psicológico y lo social, lo personal y lo histórico. Y también se ha subrayado la íntima ligazón procurada entre la crueldad con que Sixto -a través de su obra- se autoniega, y el embate justiciero con que arremete contra la «suciedad» de ese mundo hostil que ha desequilibrado la «connatural» armonia social. Sixto creía, con esa sinceridad -de base ingenuista- de la que es tan fiel exponente, que el arte -su propio arte, también-podía, y debía, contribuir a una regeneración de la sociedad, filantrópica, utópica, ilusionada..., mediante una -¿catárti-ca, quizá?- «liberación» de la mente humana.
En la dirección que apuntamos canalizó su torrente pulsional y temperamental, encontrando en la conformación del «Grup d'Elx» el aliciente, la motivación que proyectaba una inusitada luz en su mente ofuscada y maltrecha. De lo contrario -¿quién sabe?— Sixto se hubiera suicidado con el mismo fervor, con la idéntica entrega que le impelía -en el tránsito de 1965 a 1966- a realizar un proyecto, colectivo y para la colectividad, fermentado entre la amistad y la pasión por el arte, en el que estética e ideología, localismo y universalidad, se dieran la mano para terciar positivamente en la sociedad, humanizando sus viciadas desviaciones, luciendo la bandera del compromiso cívico, manifestando -con acidez a veces, y siempre con valentía- el «camino» de la «Verdad»...
En el período 1966-1969 -años en los que se forma y consolida definitivamente el «Grup d'Elx»- se reactiva el caudaloso potencial de Sixto. Con sus amigos pintores Agulló, Castejón y Coll debate ampliamente el enfoque del grupo, tarea enriquecedora a cuyas discusiones no faltará el teórico Ernest Contreras. Esta conjunción de esfuerzos servirá para que Sixto inicie una nueva etapa pictórica en la que la «surrealidad» se irá perfilando como la nota más característica y definitoria.
En efecto, con el utillaje de una simbología subjetiva -hermética casi siempre-, Sixto compone insólitas asociaciones figurativas metamorfoseadas en clave onírica. Un variado elenco iconográfico constituye su apoyatura en lo «real», que la fantasía deformará y combinará: relojes, cangrejos, caracoles, tortugas, peces, hojas, huevos, orejas, man-zanas, gambas, naranjas, ojos... Elementos formales, en definitiva, extraídos de la naturaleza, que Sixto hará pasar por el tamiz del subconsciente, a fin de crear una nueva realidad -ofertada a modo de «collage»—, producto resultante de sus
obsesiones, temores y deseos.
Obras tan singulares como «La bacanal» (1968), «Sex-appel» (1970), «Bragas» (1972), «El Jardín de las
Necesidades» (1974)
son -entre otras muchas- actas fedatarias del mundo surrealista de Sixto, que es corrosivo, pero también sutil; ácido y ambiguo a un tiempo... Pero estamos ante un surrealismo «sui generis», que no responde al dictado bretoniano ni a códigos fácilmente encuadrables en este movimiento artístico. Pues en Sixto no hay «automatismo psíquico puro» ni su obra está «al margen de toda preocupación estética o moral». Por el contrario, la minuciosidad de su trabajo -que alcanza cotas de gran sofisticación técnica-, y su actitud ética que plantea la estrecha vinculación entre creación artística y transformación social, son indicadores de un surrealismo no premeditado, heterodoxo, incardinado en la órbita de lo freudiano.
La aguda mirada de Sixto ha seccionado elementos de la naturaleza y del hombre, para aglutinarlos a continuación en extrañas e inquietantes amalgamas que portarán implícitamente el sello surrealista de «lo maravilloso». Y lo que se ofrece al ojo atónito del espectador de estas obras no son sino delirios visionarios insuflados por la erótica y la ironía...